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¿Cómo nos relacionamos con el clima? ¿De qué forma aprovechamos su energía?

Todos somos conscientes de que nuestro estado de ánimo varía de acuerdo a nuestro entorno y a la energía circundante. La energía del sol, por ejemplo, es aquella que nos levanta cada día, que trabaja directamente con nuestro organismo, que nos nutre física y psicológicamente e incrementa nuestro bienestar. Todos lo recibimos de distinta forma, tanto por el lugar donde vivimos, su geografía, orientación, por la hora de salida, de la puesta de sol, etc.. Muchas variables que nos hacen relacionarnos de diferentes maneras. Existen muchos estudios que avalan de manera física, química y sicológica su incidencia en nuestro ser y todos los beneficios que este nos aporta. Es una fuente de la naturaleza, irremplazable por cualquier tecnología humana que nos entrega luz y calor.


El viento nos aporta movimiento, circulación de energía y fluidez. Es quien regula y quien en conjunto con el agua determinan la densidad del aire y la temperatura. La tierra, la altura en que nos ubicamos, lo fijo, su densidad, su color, su brillo, permeabilidad, la contaminación, etc. son elementos que determinan nuestro clima y entorno. Energías que se mantienen en constante movimiento y que varían de acuerdo a una infinitud de circunstancias, donde ningún espacio es igual al otro.


Al exterior, en la naturaleza, nos rodeamos de una fuerza poderosa que convive con nuestro sistema energético, días de sol, días de luna llena son días activos; días de lluvia, días de luna nueva son días pasivos, días de introspección.


Tanto la naturaleza, el clima y los astros abordan nuestro sistema físico y emocional de tal forma que, si conectamos con ellos, si nos alineamos, podemos aprovecharlos para darle mayor ímpetu a nuestras acciones, a nuestro día a día y a nuestro bienestar.

Alinear nuestra energía desde nuestro entorno nos permite fluir en él y abarcar nuestras intenciones desde el esfuerzo justo, ni más ni menos. El exceso o la falta de, nos afecta directamente a nuestro bienestar físico y emocional, a nuestra energía vital.


En nuestros espacios buscamos un equilibrio, estabilidad, confort, contención y seguridad. Queremos un ambiente estable que nos permita realizar nuestras actividades de manera autónoma e independiente del exceso de energía. Climas extremos son aquellos de extrema energía, valga la redundancia, climas donde nos cuesta relacionarnos directamente con la naturaleza y de la cual se requiere un mayor esfuerzo para fluir en su estado.


Actualmente, en nuestra sociedad ubicamos nuestras casas en cualquier terreno, en cualquier clima. La elección del lugar donde vivimos debiese depender estrictamente de su energía, climas estables que nos entreguen confort sin un sobre esfuerzo energético, humano, climas protegidos de la sobre-exposición. Sin embargo, nos encontramos con una realidad diferente que no abarca estas incidencias, por lo que la arquitectura cumple un rol importante para determinar nuestra vivencia y nuestro modo de relacionarnos con ello.




Este sobre esfuerzo energético se traduce en una mayor implicancia en la envolvente de nuestras casas, mayores refuerzos frente al viento, la lluvia, la nieve, el sol, etc. Recoger lo justo desde la arquitectura para introducirlo en nuestra vida y así poder fluir de la manera más pasiva posible, tanto nuestras casas, como nuestras vivencias en ella. La casa es un fiel reflejo de nuestro bienestar; espacios limpios, ordenados, calmos, pasivos nos entregan las mismas virtudes a nosotros mismos.


El desarrollo acelerado de las ciudades compromete en gran parte a la naturaleza, desvinculándonos de ella y perdiendo nuestra relación con sus ciclos y así el entendimiento natural de nuestro entorno. Llegamos a un punto urbano en que estamos tan perdidos de ella, que no somos capaces de reconocerla como un elemento esencial. Buscamos la conexión como un escape, como unas vacaciones, más que incorporarla en nuestro cotidiano. Y pasa en las ciudades que los climas se saturan, disminuye el flujo del viento, aumenta el calor, etc. La energía se estanca y al largo plazo explota. El ecosistema tiene un ritmo del cual somos parte, un ritmo estacional, un ciclo y un movimiento constante, que se apacigua en la ciudad.


Y desde el clima debemos definir nuestro modo de relacionarnos al entorno, nuestro cobijo en las casas, nuestra alimentación, nuestras actividades. La naturaleza te entrega la disponibilidad de alimentos para convivir con y en él, alimentos que varían de una estación a otra para nutrirnos de la manera que necesitamos.

Desde esta base fundamos nuestros proyectos, desde la naturaleza, con su energía y desde el clima. La arquitectura como una herramienta de control y equilibrio, pasiva, sin afectar a su entorno y tratando de generar un aporte para contrarrestar nuestra intervención en ella. Formamos parte y la incorporamos de la manera más eficiente posible al largo del ciclo de vida, para establecer el correcto vínculo de convivencia, permitiéndonos fortalecer nuestra energía vital y así obtener un incremento en nuestro bienestar humano.




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